No es raro que los mascoteros nos dirijamos a los peludos de la casa utilizando diminutivos o apodos cariñosos del tipo "mi chiquitín", "mi bebé", "cari", "cielo", "mi niña"… estos son simples apelativos que demuestran el amor que sentimos por ellos. Pero hay algunas personas que confunden "churras con merinas", es decir que humanizan a sus animales de compañía. Creer que nuestra mascota piensa o actúa como lo haría un ser humano es un craso error que no aportará nada bueno a la relación persona-animal. Nosotros somos personas, ellos son perros, gatos, canarios o caballos. Aunque nos llevemos de fábula, somos animales de especies diferentes, cada uno con unas cualidades propias que no debemos confundir. Veamos algunos de los riesgos y consecuencias de pretender humanizar a nuestras queridas mascotas.
La mayor parte de las mascotas que conviven en nuestros hogares son animales sociales. Esto quiere decir que buscan y desean la compañía no solo para reproducirse, sino para jugar, socializarse, compartir los momentos de descanso… Los seres humanos somos también animales sociales: vivimos en comunidad y necesitamos compartir nuestras vivencias con otros seres vivos. Desde este punto de vista, la simbiosis mascota-persona es perfecta. Ellos se sienten parte de nuestra familia, de nuestra manada o colonia y nosotros satisfacemos nuestra necesidad de compartir la vida con otro ser vivo. Además de esta necesidad de formar parte de una comunidad, existen otros rasgos o características comunes que estrechan la unión que tenemos con las mascotas. A los gatos y los perros, por ejemplo, les suele gustar escuchar música o tumbarse a descansar al sol. Los perros adoran los largos paseos, correr detrás de una bici, jugar en la arena de la playa…. Es decir, humanos y mascotas pueden tener gustos similares que hace que disfruten compartiendo las mismas actividades. Sociabilidad compartida, gustos comunes… entonces ¿cuándo surge el problema? Cuando pretendemos que nuestro perro, gato (caballo, rana, pez, pájaro, etc. ) piense y actúe como nosotros, como un ser humano.
La humanización: un craso error
Humanizar es atribuir a un objeto o animal las características propias y exclusivas de los seres humanos. ¿Algún ejemplo concreto?: creer que nuestro perro rompe cosas por deseo de venganza o que el pez de colores le ha cogido manía a la vecina porque le encanta el pescado.
Riesgos de la humanización para el animal:
Humanizando limitamos el instinto natural propio del animal. Pretender, por ejemplo, que nuestro perro no olfatee el pis de sus congéneres o que meta sus patas en estrechos botines, no solo frustrará al animal, sino que le confundirá. La humanización puede tener, también, efectos físicos negativos. Una mascota humanizada, sobreprotegida y excesivamente mimada tenderá a despreocuparse de los riesgos lógicos de su entorno y, así, no percibir el peligro inherente a ciertas situaciones; recordemos, por ejemplo, a esos perrillos falderos que se enfrentan sin temor a perros mucho más grandes o agresivos que ellos.
Riesgos de la humanización para la persona:
Uno de los rasgos genéticos del ser humano es que los errores de comunicación le frustran. En este caso concreto: si no conseguimos que nuestro perro o gatos nos dé una respuesta humana a una orden, gesto o actitud… antes o después nos decepcionaremos. Las consecuencias psicológicas y emocionales pueden ser más o menos graves: tristeza, frustración y, dependiendo de la persona, depresión o agresividad. En resumen: por mucho que nos empeñemos, una mascota no es un niño o un compañero humano. Es un amigo de otra especie, con sus cualidades y sus limitaciones.
Podemos querer a un perro o gato tanto o más que a una persona, eso es perfectamente válido e incluso normal, pero no podemos obligarle a ser lo que no es: un ser humano como nosotros.